El cómo se mueve una persona a través de su entorno es una de sus más persistentes formas de expresión. Todos los días, con mayor o menor consciencia, solemos expresarnos con el mundo a través de movernos en él, no hay dos personas que pasen por los exactos mismos espacios en sus rutas, no con el mismo ritmo, con el mismo ímpetu ni con los mismos problemas.

Por suspuesto esto no significa que las personas nos expresemos de formas tan elocuentes como un músico a la hora de caminar por las calles ya trazadas de las ciudades, y elevarlas a lo complejo de un acorde, una rima o una pintura requiere de una sofisticación del lenguaje, desde vehículos a motor, en tablas con variados números de ruedas, en la danza y hasta en el parkour, todos movimientos estéticos que consisten en llegar de un punto A a uno B expresándose.


Los videojuegos entienden esta necesidad de forma inherente, esa sensación de jugar y hacer divertido simplemente el movimiento es uno de los mayores deseos de parte de los desarrolladores, fundamentalmente necesita divertirte el hecho de entrar en contacto con el mundo digital si la intención es divertirse experimentando y cumpliendo objetivos o retos en ese entorno, pocos juegos llegaron a hacerlo como Jet Set Radio, pero Bomb Rush Cyberfunk supo engrasar, expandir y ser un digno sucesor a uno de los sets de movimiento más liberadores del medio.

La mayoría de cosas que escribo del juego del 2023 podrían ser dichas de Jet Set Radio, simplemente me parece el paquete de movimiento más refinado.


En Bomb Rush Cyberfunk el movimiento no es sólo un esquema con el cual los más interesados pueden experimentar, con graffitis que existen como elemento extra para rellenar contenido necesario en un producto, se trata, como en el juego que lo inspira, de la forma en que el mundo te vuelve un partícipe consciente de la vida de su mundo, el objetivo del juego no es la revolución por medio de árboles de dialogo ni el dominio de pandillas a través de tiroteos, sino dejar tu huella en un entorno digital, demostrar que tú existes y que los espacios te pertenecen a ti y a tu banda por ser quienes lo habitan.


Y no lo habitan como aquellos en los complejos departamentales y quienes lo necesitan como espacio de transición entre la cama, el trabajo y de regreso, los controles de BRC existen para impulsarte a sentir la arquitectura de los espacios a través de la reconquista de las estructuras públicas, adueñarte de barandales, cartéles, rieles y tubos para dejar vida por detrás con la música electrónica y las ruedas por delante, y para dar el martillazo final, dejar una marca personal en las paredes, pintarlas con el graffiti que más nos guste o nos identifique, de tal forma que al terminar con un nivel revisitarlo sea un recordatorio de la huella que nuestra vida ha dejado en el lugar, aunque tenga el gran defecto de nunca ser repintados por bandas rivales y por lo tanto necesitar nuevas partidas para reiniciar la fantasía de reconquista urbana.

Creo que uno de los mayores aciertos del juego es precisamente que en el proceso de avanzar en los niveles y vivir estos entornos, uno como jugador entra en mayor contacto con esos elementos del movimiento, experimenta, comprende los combos, y termina por siempre regresar para hacer el mayor combo posible, hacer acrobacias antes impensables, tomar fotos o sólo ver la cámara delantera del teléfono del juego mientras surcamos por los aires... y claro, bailar en las calles para sentir esa sensación de mundo, para vivirlo no por las recompensas ni los objetivos, sino por el puro placer de estar ahí.


E independientemente de cómo se quiera enforcar Team Reptile en su siguiente juego, Hyperfunk, en esta ciudad Cyberfunk se queda plantada la bandera de esta vida, la del protagonista de esta aventura y la multitud de personajes desbloqueables, y de la sensación de hogar que siempre llama a pasar un rato en sus calles y centros, a bailar, tomar las ruedas que se prefieran, y dejar huella en el concreto.